Carlos Barbarito



Busco en la penumbra…
Busco en la penumbra tu espalda;
un denodado esfuerzo,
tan arduo como permanecer, bajo un cielo en llamas,
escondido en una trinchera.
Busco tu muslo, en un amplio espacio
donde se amontona el mal
como si fuese ramajes,
donde la vida suelta sus perros
que ladran sin tregua
a lo, para ojos humanos, invisible.
Busco y es remoto,
respiración de una figura
que la sucesión de las horas extenúa;
mi mano dibuja en el aire
lo único que todavía me embriaga:
la escena, que una y otra vez se posterga,
la luz envolviéndonos en oleadas,
por fin abrazados, sin producir sombra alguna.
Abandonado a su propia suerte…
Abandonado a su propia suerte, ante
sus ojos el mundo deja de ser nervio y piedra
para ser una mera forma, una idea
que, en el aire, se descolora;
el remoto equilibrista pierde pie y cae,
el escarabajo, no lejos de sus pies,
se arrastra en el polvo
hasta ser polvo en el polvo.
El paisaje: residuo que se enmascara de belleza,
azar sin más que conversa,
sin obtener respuesta, con un libro cerrado;
a su propia suerte, oyendo sucesivas campanadas
cuyo sonidos avanzan hacia la costa
y, finalmente, se sumergen.
¿Qué adopta rostro pleno,
favorece el tejido, anuncia
música más allá del hervor en las fundiciones?
Se pregunta, en ausencia de hogar,
de vuelo de ave, de bruñido.
No lo asiste el tiempo…
No lo asiste el tiempo,
sólo le llegan sonidos de voces anónimas
y de repetidos golpes de metal contra metal.
Sin mar a la vista, sin otra esperanza
que el desmayo, confía, por último
su carne a una remota hojarasca que humea
y sus huesos a la suerte de una moneda
arrojada al aire por un desconocido.